Desmontando el tiempo
La trilogía: desmontando el tiempo
El caso del Sr. López. (El tiempo en sus manos). Como todos los días en su despacho, el Sr. López atendía al correo y las notas depositadas sobre su mesa. Entre todas las notas y cartas había una que leyó con especial atención:
------------------------------------------------------------------------- 10.05.01 11:30 am. Notaría del Sr. Fernández. C/Valdoví, 17. Piso 1, pta.3. ZONA DE LA PLAZA DE LOS PATOS --------------------------------------------------------------------------- Aquella nota hacía referencia a una visita al notario para vender parte de una sociedad de la que era propietario, venta que le reportaría unos ingresos que realmente le caían del cielo en aquella época. Lo primero que observó en la nota y trató de localizar en un calendario fue la fecha: día 10 de mayo de ese año. Es lo primero que hay que hacer con una nota que haga referencia a una cita, situar el numeral del mes en una de sus semanas.
El Sr. López era un hombre bastante olvidadizo y ensimismado por lo que para no olvidar la fecha y el evento la colocó clavada en la puerta de su casa por el lado del interior junto a otras fechas importantes en las que debía acudir a algún lugar. A medida que se fue acercando el día observaba con más frecuencia la nota al salir de su casa, hasta que llegó el día: cogió la nota, se la puso en el bolsillo y se encaminó hacia el lugar indicado en la nota. Aparcó su motocicleta en la Plaza del Ayuntamiento, a escasos metros del lugar.
Sucedió que dos semanas había estado leyendo con cierto divertimento la anécdota sobre la sorpresa de Wittgenstein al leer en un diario sobre un juicio que estaba teniendo lugar en París y en la que aparecía una maqueta del accidente. Wittgenstein trataba de explicarse como una figura podía representar el mundo, en qué consistía esa representación, y qué significa que algo es representación o figura de algo. Aquello no era nada baladí y afectaba a su teoría de la figuración por la cual más tarde intentaría comprender por qué el lenguaje describe el mundo o al menos funciona como herramienta con la cual pensamos que estamos describiendo el mundo.
Desplegó la nota en su mano izquierda y la miró con atención coincidiendo la impresión de la nota en su mente con una cómica imagen de Wittgenstein, leyendo un periódico con cara de asombro, que todavía no la había abandonado y permanecía allí a modo de decoración de la conciencia. De repente, el Sr. López detuvo su sonrisa y su mirada, instantes antes penetrante se torno desorbitada, sintió un deslumbre intelectual y exclamó: ¡Caray con el embrujo de Wittgenstein! ¡Pues es verdad! ¡Hasta después de muerto y a distancia!.
Aquella nota, aquel papel con caracteres gráficos impresos se tornó de pronto algo misterioso y sublime. Si se le daba la vuelta no era nada, apenas un simple tejido orgánico en un medio urbano…, si lo arrugaba era un desecho, una pelotilla de papel inútil ya para cualquier uso…, y sin embargo, puesto ante un ser con capacidad visual, intelectual, que disponga del concepto de lectura y ha sido adiestrado en ella, se convierte por arte de magia en una descripción del mundo: en una guía que seguida correctamente nos conduce a una coordenada espacio temporal donde una serie de estados de cosas que convienen a los portadores de notas que conducen allí ocurren. ¡Cómo era posible aquello! Y en este caso había una nota añadida que hacía ahondar más si era posible el enigma de la teoría de la figuración: una nota temporal.
La figura de Wittgenstein consistía en un maqueta isomórfica de un accidente: para cada objeto de la figura A se da una correspondencia con otro de la figura B. Una representa a la otra en todo su contenido. Pero aquella nota en las manos del Sr. López, aún siendo una figura de un espacio, contenía además una nota que hacía referencia a un elemento nunca percibido por el sensorio físico humano: el tiempo, guardián del orden de la conciencia. ¿Qué hacía ahí una indicación temporal? ¿Por qué debía de estar allí ese momento del tiempo y no otro? Por cierto, ¿qué era un momento? ¿En qué se distinguía de otro sin referencia a cosas o a el espacio, a un movimiento de algo? Nunca lo había pensado. Si los instantes de tiempo sin referencia a objetos o movimientos son cualitativamente iguales ¿cómo los distinguiríamos?
Podríamos imaginar un tono Mi repetido miles de veces y excepto la identidad numérica de ocurrencia en un orden no habría ninguna diferencia entre ellas Y si el tiempo se le estaba desvaneciendo entre las manos y desapareciendo ante su conciencia ¿por qué la indicación temporal aparentaba ser la más importante? ¿Por qué hasta llegar a la plaza del ayuntamiento sólo había mirado la indicación temporal? ¿Por qué podría dar igual que la indicación en la nota: ZONA PLAZA DE LOS PATOS, que era la primera a seguir, estuviera en tercer lugar, pero la nota temporal no daría igual que no estuviera como la primera indicación? Pese a haberse disuelto ante sí el tiempo en el sensorio incluso interno, intelectualmente la indicación temporal seguía apareciendo con toda su importancia como digna de ser atendida. Toda un caudal de preguntas acudían a la mente del Sr. López que en ese momento no sabía que hacer. Antes de acudir allí había que deshacer ese entuerto, ese embrujo lanzado por Wittgenstein desde la tumba, no podía llegar en ese estado a la notaría.
Si de momento no podía siquiera imaginar una milésima parte del concepto tiempo sin recurrir a cosas o movimientos (rápidos, lentos, regulares, irregulares, pausados…) tendría que pensar el tiempo con cosas. ¿Qué significaba físicamente esa nota? Sencillamente que en aquel lugar y a esa hora, un acto del que se necesita la asistencia de distintos individuos coinciden allí, ejecutan el acto y una vez ocurrido la anotación temporal deja de tener cualquier significado a excepción de los biógrafos de los asistentes al acto.
El Sr. López imaginó a continuación lo siguiente: si excepto él, los demás asistentes estuvieran allí eternamente, digamos que el notario y el comprador estuvieran allí siempre a su disposición, ¿la indicación temporal hubiera tenido sentido? ¿Qué más daría que fuera el día diez, o el once, o el 20, o al año siguiente, o…,? No se le ocurría algo que determinara la preferencia por un día u otro, si hacemos la excepción de la climatología por aquello de que el Sr. López iba en moto.
No se lo podía creer, el tiempo, compañero inseparable en toda su carrera profesional, esclavo de la agenda, del reloj, de los avisos horarios de los aeropuertos, de las alarmas de despertador…, de repente todas aquellas indicaciones temporales que guiaban su vida dejaban de tener sentido. Si el tiempo no existía sustancialmente, per se, ¿por qué debía organizar su vida en torno a él? ¿Por qué no hacer depender su vida en torno a la materia? ¡Por que no en torno a sus posibilidades físicas si lo físico es lo único que de momento aquella nota no había destruido?
El Sr. López asistió a la reunión y todo se realizó según lo esperado. Durante la reunión, mientras el notario lía las formalidades correspondientes a las identidades de cada uno de los asistentes tomo una decisión: estaba dispuesto a encontrar el Tiempo allí donde estuviere, y si no lo encontraba daría un giro a su vida, algo le urgía desde su interior a iniciar aquella empresa pues le iba en ello el resto de su existencia.
Existencia que por momentos se le complicaba y sospechaba que el Tiempo tuviera algo que ver. En este caso el Sr. López hacía buena la tesis kantiana e idealista de que la razón es teórica porque es práctica. Hemos visto que el Sr. López en unas pocas líneas ha desviado un problema cosmológico inicial al terreno práctico, además de forma perentoria, en ello le va su existencia y no parece dispuesto a pasar nada por alto Su estado de ánimo creció a medida de que aumentaban sus expectativas de encontrarlo.
En su trabajo él era un buscador de cosas. Cualquier cosa que el departamento de ventas apuntaba como artículo de demanda él lo encontraba costara lo que costara. En ocasiones había tardado años y había tenido que recorrer los cinco continentes, pero al final siempre lo conseguía. Otra cosa es que luego el precio no fuera el adecuado, los plazos de entrega elevaran los riesgos de sobre almacenaje u obsolescencia o cualquier otro factor, pero él encontraba cualquier cosa y el Tiempo no iba a ser menos. Era un verdadero sabueso, no sólo seguía las publicaciones oficiales, las ferias del sector por remotas, incipientes y desconocidas que fueran.
Seguía incluso los rumores, las pistas aparentemente falsas, si identificaba a alguien del sector del que pudiera obtener información procuraba tomar contacto con él de alguna manera.
Había hecho viajes verdaderamente inútiles a lo más alejado del planeta, pero incluso cuando volvía de aquellos viajes sentía una cierta satisfacción cuando al llegar a su despacho y marcar con una señal aquel calamitoso país en el mapamundi pensaba que él sabía que allí no había que ir, era una información relevante, pensaba que cuando se inició en el oficio de buscador, hubiera preferido cientos de veces que le hubieran dicho qué sitios no debía nunca ir a aquellos que debía de ir, esos los sabía todo el mundo.
Otras veces se reía en solitario y a voz en alto sin contención posible cuando se había enterado que otros buscadores de cosas siguiendo su pista habían estado en semejantes parajes: se los imaginaba dando tumbos al azar en medio de las personas más ajenas a lo que es una relación comercial que se puedan encontrar en este mundo ya globalizado. Si en un plazo de dos o tres años no lo había conseguido abandonaría la búsqueda y cambiaría su vida totalmente, de pies a cabeza.
Cumplir la primera regla de un buscador de cosas era en este caso harto difícil: situar el objeto en la mente mañana y día, dejarlo instalado en la conciencia, en un lugar bien visible, de manera que cualquier relación que surja en el transcurso de cualquier otra actividad sea identificada inmediatamente. En este caso no había un objeto del género de los que se pueden colocar en una vitrina y observarlo.
Todo lo que le venía a la mente eran objetos de medición del tiempo, pero no el tiempo mismo. No podía adscribirlo a un objeto en particular, cualquiera servía para medirlo: una ventana que se rompe, un astro que rota, un perro que ladra, un mirlo que pasa…, toda experiencia indica un antes y un después, el tiempo se puede medir entre intervalos de ventanas rotas, de ladridos de perros, de mirlos que pasan…, se trata de medir la determinación de un instante por una hecho físico irregular mediante otros hechos físicos regulares. Por ejemplo, tiene sentido la pregunta ¿cuántas puestas de sol han ocurrido desde que pasó el mirlo? Todo parecía poder traducirse a una pregunta del estilo: ¿cuántas veces vibra el cuarzo en una rotación terrestre?, ¿cuántas rotaciones contiene una traslación?…, no era posible escoger un objeto u otro de forma preeminente, un reloj no tenía nada de especial. Si no podía fijar en su conciencia un objeto “tiempo”, ni un concepto independiente de las cosas ni sus movimientos, fijaría su término: TIEMPO.
Allí donde aparecía la palabra tiempo se detendría. Su profesión era una buena cantera de expresiones donde aparecía la palabra “tiempo” o el tiempo aparecía como variable: plazo de entrega, just in time, jet lag, cita, largo plazo, corto plazo, urgente, planing…, todo se podía explicar desde la materia, situaciones, lugares, previsiones de cosas, hacer coincidir objetos, personas… cada nota temporal indicaba un aspecto o lugar de la cadena comercial, todo se podía tocar y ver. Se fijó en las fórmulas donde aparecía la variable tiempo del tipo: velocidad = espacio / tiempo.
Aquello no indicaba más que la cualidades de los movimientos, nada fuera de los objetos. El tiempo no lo encontraba y sin embargo sentía que el tiempo pasaba…
EL CASO DEL SECUESTRADOR LOCO. Pasó el tiempo y el Sr. López no encontraba el tiempo. En sus ratos de lectura filosófica, cuando llegaba a alguna teoría sobre el tiempo en algún autor se detenía, las teorías físicas tampoco le convencían, había decidido prácticamente abandonar la búsqueda y emprender el cambio de organización en su vida, pero se resistía.
Era un cambio demasiado brusco y contra las convenciones, ni más ni menos que organizar su vida desde él mismo, no desde escalas de tiempo por convención social, si no había tal cosa como el tiempo no iba a aceptar que su vida fuera de una determinada manera según tuviera una edad, según la sociedad aceptara que en un tiempo lo adecuado era esto y en otro tiempo lo otro. Pero aquello era demasiado, qué diría la gente.
Un día el Sr. López estaba viendo en la televisión una película en la que ocurría un secuestro. El secuestrador mantenía como rehenes a varias personas y la policía había dispuesto ya de un negociador en las proximidades de la casa donde todo ocurría.
El secuestrador realmente era duro en sus posiciones y no se dejaba influenciar por el lenguaje psicológico que empleaba el negociador con el fin de hacerle reconsiderar su postura. Las exigencias del secuestrador no iban más allá de lo habitual; dinero, un helicóptero, que despejaran la zona…, lo normal en estos casos. A la policía no le costaba mucho pero por aquello de no sentar precedentes el negociador insistía en lo imposible y complicado de aquellas solicitudes, en lo desventajoso de la situación para él, la falta de medios de la policía en una zona rural…, su intención era clara: ganar tiempo.
Aquello era curioso y despertó la atención del Sr. López. Aquel hombre estaba intentando ganar tiempo, ¡oh!, parecía ser un profesional del tiempo. Por fin encontraba a alguien que no era pura palabrería sobre teorías inverificables, incontrastables, no eran descripciones de la experiencias subjetiva humana, de los límites de nuestra experiencia y conocimiento que nos obligan a un pensamiento discursivo en el tiempo, no, no, aquel hombre aparentaba estar haciendo algo con el tiempo: gestionándolo de alguna manera. Amontonaba tiempo…, el Sr. López le daba vueltas a esto: luego sabrá al menos qué hacer con él. ¿Para qué quería tiempo el negociador? Pero el secuestrador era un tanto extraño a la vez que perspicaz y captó la estrategia del negociador, no lo dudó un momento y amenazó con matar a la primera víctima en un minuto para ver como reaccionaba el negociador.
La respuesta fue inmediata, el negociador rompió su farol y clamó desesperado: ¡Tiempo¡ ¡Tiempo! ¡ Necesito tiempo! - Así que quieres tiempo. - Sí, dame tiempo y te conseguiré lo que pides. - ¿Cuánto tiempo quieres? - ¿Cuánto puedes darme? - Todo el que quieras. - ¿Todo? - El que quieras. - No sé que decir. - Voy a matar al primer rehén. - ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Dame 6 horas! - ¿No quieres más? - ¡No! ¡Con seis horas me bastan! - Vale, pero no es gratis. - ¿Cuánto me va a costar? - Nada. - ¿Entonces? - Solo has de cumplir unas reglas. - Dime. - No puedes hacer nada. - No entiendo. - Es fácil. Te doy todo el tiempo del mundo, pero no puedes hacer nada, ni siquiera pensar. Te sentarás delante de la puerta de casa, al menor movimiento mataré un rehén.
- ¡Pero eso no puede ser! ¿Para qué quiero yo el tiempo si no puedo hacer nada? - Eso me preguntaba yo. - ¿Pero no puedo ni hablar por teléfono? - No, nada, no puedes hacer nada, ¿entiendes? nada, es más, me cansas ya, o sales de detrás del coche y te sientas en la calle delante del coche y los demás se retiran dejándolo todo despejado, o en menos de que el segundero de una vuelta a la esfera del reloj mato a un rehén. - ¡No entiendo nada! ¡No entiendo nada!
Un disparo grave y seco sonó desde el interior de la casa. Era un chalet vallado por un muro que daba a una plaza, tanto la casa como el muro eran de color blanco. El secuestrador podía ver todo desde un balconcillo situado en el primer piso. En ese mismo cuarto disponía de varios de sus rehenes atados de pies y manos, una cinta adhesiva en la boca que les impedía hablar. Los tenía situados de cara a la pared, quería hacer sus ejecuciones de la forma más objetiva posible, no quería que ningún rasgo facial o cualquier vulgaridad personal determinara una elección tan trascendental como sin duda era aquello de disponer quién iba a vivir y quién no.
Sin dejar de pronunciar la última palabra su interlocutor había apretado el gatillo produciendo el ruido grave y seco que se había oído en el exterior. Unos cuantos pelos de la coronilla de un hombre de unos cuarenta años apenas parecieron moverse impulsados por una leve brisa mientras dejaban paso un proyectil de 9 mm. que abrió un pequeño y limpio agujero, mientras que milésimas de segundo, más tarde los rasgos faciales de ese hombre se veían quebrados y estampados contra la pared llevando pegados tras de sí gran parte del cuero cabelludo y la totalidad de la masa cerebral. Sin detenerse a meditar su acción y lo estético de aquel momento, cogió por la cerviz a aquel desdichado y lo arrastró hasta situarlo en el balconcillo, quedando de cara al negociador que mientras tanto corría a sentarse enfrente de la casa, sudoroso, haciendo aspavientos…, en su cara no dejaba de mostrar terror y estupefacción al mismo tiempo.
Una vez allí, situado el cadáver sin rostro frente al espacio de la plaza donde se iba a situar el negociador, le dio un pequeño empujón y aquél calló haciendo una genuflexión primero para dar enseguida en la valla con la cabeza y caer fuera del recinto del chalet. El cadáver había quedado sentado, apoyada la espalda junto a la valla, de forma que había quedando mirando con la oquedad de su cabeza a los aterrados ojos del negociador, sentado de frente tan sólo a unos cinco metros.
Todo había sido horrible, en apenas unos segundos, había oído un disparo, había salido gritando hacia la plaza en y en unos segundos había visto caer un bulto por el balcón mientras se sentaba enfrente de la casa y cuando había levantado la cara después de terminar su posición de sentado el cadáver ya estaba allí, sin cara, tan sólo un cuerpo con un apéndice superior hueco con algunos pingajos de carne, sangre y pelo en su interior. Unas moscas estaban ya allí como desde el principio de los tiempos.
Miraba y no se lo creía. - ¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¿Por qué has hecho eso? - Me estabas hartando, no entiendes una mierda. Así no me harás preguntas tontas. Cuando hables conmigo, piensa cada significado tanto de lo que escuchas como de lo que dices, son palabras habituales, no hay que ser un pitagorín para entenderlas, me molesta repetir las cosas. - Pero, joder, yo te pedí tiempo. - Bueno, pues ya lo tienes, ahora que estás ahí sentadito y veo que la zona se está despejando, vas a tener todo el tiempo del mundo. Te voy a estar mirando, respira bien unos minutos, estira las piernas si quieres, relájate, luego te sentarás y por cada movimiento que hagas mataré a otro rehén. - ¡Ya basta de joder con esa estupidez del tiempo! ¡Vale! ¡Qué coño quieres! - Quiero lo que te he dicho, el único que jode con algo eres tú… dime que quieres entretenerme para esperar refuerzos, o una ocurrencia…, o algo, pero no me vengas con lo del tiempo cabrón de mierda, ¡tómale el pelo a tu estúpida madre! ¡No querías tiempo mamón! ¡pues ya lo tienes! me has cansado subnormal. A partir de ya cuenta. Tienes 6 horas ¡listo!, por cada movimiento, recuerda, mataré a alguien. - Pero… ¡eh!…
Otro disparo se escuchó, y ante los ojos incrédulos del negociador que miraba hacia el balcón, otro cuerpo realizó una escena similar al anterior, cayendo en un principio sobre éste para después de deslizarse muy despacio quedar al lado de él y frente al negociador que otra vez volvía a estar conmocionado.
¡Pero bueno! ¡Qué era aquello! ¡Qué estaba pasando! ¡Joder con el secuestrador! El negociador estaba ahí sentado contemplando el otro cadáver, el corazón haciendo fuerza por salirse del pecho, un zumbido recorría su mente y no podía pensar solo podía repetirse: piensa tiempo, piensa tiempo, piensa tiempo, piensa tiempo, piensa tiempo, piensa tiempo….
Aquello le parecía absurdo, su tiempo se consumía en una repetición constante de un segmento lingüístico, “piensa tiempo” que no le conducía a nada. Una cosa empezaba a tener claro, aquello era una tomadura de pelo por parte de un secuestrador con un humor fuera de lo habitual. Sencillamente se estaba burlando de él.
La única salida que tenía era volver a la situación anterior mediante un diálogo que no levantara el ánimo humorístico del secuestrador. Otra cosa parecía cobrar sentido dentro de lo absurdo del tiempo, sobre la base de repetir aquellas dos palabras el tiempo parecía ir aclarándose en su cabeza.
Si solo tenía tiempo no tenía nada exterior, eso se le presentaba como algo claro, si había tiempo debía de estar en su interior ya que nada podía hacer y sin embargo disponía de tiempo. Solo tenía una duda que le impedía seguir por ese camino: no hacer nada ¿se refería también a su propio cuerpo? ¿qué era él exactamente? ¿un cuerpo animado frente a dos inanimados en medio de una plaza? ¿unas conciencia que observaba todo aquello? ¿la suma de las dos cosas? ¿dónde estaba él exactamente, en ese punto focal de un cuerpo en medio de la plaza, o fuera mismo en la plaza viendo todo como en el aire?
Cada vez que se aclaraba algo, otra cosa parecía cubrirse, velarse, ir desapareciendo poco a poco como arena de playa en las manos. No sabía muy bien que era el tiempo, pero sabía que estaba en él, pero ahora no tenía muy claro qué era él. ¿Hasta dónde abarcaba la prohibición de moverse? Esa respuesta quizá pondría coto a su “yo”, al menos sería un criterio, externo, de un secuestrador loco, pero un criterio por donde empezar. - ¡Eh!…¡secuestrador! - Dime. - Cuando has dicho que no podía hacer nada, ni siquiera pensar, era una forma de hablar ¿no? - ¡Mira que mato a otro! - ¡Espera! ¡Espera! ¡Es importante! Simplemente veo que tu humor depende bastante de la univocidad del diálogo, de que todo se entienda de una manera y sólo de una, ¿es así? - Ummm, sí… sí…, así dicho, es verdad, me cabrea que la gente entienda cosas distintas a las que he querido decir. - Vale, para entendernos ¿qué debo de entender por “yo”? por ejemplo, lo de no hacer nada, ¿te refieres también a mover mis manos, mis ojos, cualquier parte de mi cuerpo? ¿los pensamientos son acciones? ¿se mueve algo físico con ellos o giran en el vacío? - ¿A qué viene todo esto? - Es importante, te respeto mucho y quiero… - No me hagas la pelota - En serio, no quiero equivocarme otra vez, quiero saber exactamente hasta donde alcanza tu prohibición y respetarla al pie de la letra. - Pues, no lo había pensado…espera, haber (a ver)… oye, pues no está claro. - Ya lo decía yo. - Déjame pensar…
Cuando llegaron a este punto del diálogo el Sr. López tenía suficiente. Una intuición que le mantenía en vilo desde hacía unos meses se le confirmó. El tiempo sólo estaba en él, nunca más allá de él. Aunque hubiera por ahí un tiempo cualquiera no serviría de nada, en cualquier caso siempre estaría confinado en Su tiempo. Aquello que tanto había temido se le confirmaba: el tiempo era un pura quimera. Una intuición primaria, una categoría, un concepto…ya daba igual lo que fuera, fuera lo que fuera sólo era suyo, de él y lo que siempre había rechazado por lo hercúleo de su labor era tener que reconstruirse desde la nueva posición a la que había llegado.
(En esta parte, en hojas y notas sueltas por mi escritorio hay toda una serie de definiciones del tiempo que he ido cosechando durante varios años, pero que debido a lo extensas que son y el vocabulario que utilizo en ellas no las pongo, igual algún día me sirven para algún trabajillo más académico) Pero la última parte del diálogo entre el secuestrador loco y el negociador no le había dejado indiferente. Si se tenía que reconstruir desde sí, organizar su vida con lo único que contaba, con su “yo”, entonces tenía que reconstruir su yo, como había bien pensado anteriormente, desde su materia, pero: que era él, cual era su materia, cueva fontana del tiempo.
Continuará en un tercer relato: El UNIVERSO EN LA BAÑERA.
No había pues otra opción para el Sr. López, con esa percepción del tiempo no le bastaba para poder recuperar el mundo espiritual, no había conseguido una evidencia a modo de una experiencia vivida, como cuando uno ve o toca un objeto. Sólo tenía descripciones, definiciones, lo más que había estado cerca del tiempo era el sentir su necesidad como elemento ordenador de su experiencia y como elemento que articula la discursividad de su pensar, pero no una experiencia de identificación plena con él en sí, siempre había cosas por medio. ¿Qué eliminaba primero?
Sin duda la determinación de su actitud por la moral establecida y por el tiempo. ¿Por qué debía ya respetar comportamientos que extraían sus normas de entidades ficticias como bien, bueno, bello, agradable, educado…,etc? Sí, claro, debía de guardar unos mínimos para no rozar con la alteridad, con los otros, pero lo mínimo, respecto a la norma de su conciencia sólo había el límite de su placer y displacer. ¿Y las conductas sobre la base de su edad? ¡A la mierda! ¡Por supuesto! ¡Esas las primeras! Total ¿qué quería decir eso? Si había dado 18 vueltas al sol podía fumar y beber e irse de putas…, si había dado 17, entonces no. Si había dado 30 vueltas al sol determinada estética y hábitos la sociedad se encargaba de decirle que con 30 vueltas al sol dadas ya no se debe de llevar pelo largo ni pantalones rotos. Tampoco estaba bien que viviera tanto la noche. En este punto recordaba las palabras de Nieztsche “Además durante toda una vida, el hombre se deja engañar por la noche en el sueño, sin que su sentido moral haya tratado nunca de impedirlo, mientras que parece que ha habido hombres que, a fuerza de voluntad, han conseguido eliminar los ronquidos.
En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo?”…, ¿tendría que ver algo con aquello? Sí, claro, estaba fuera de toda duda. Todo aquello era absurdo, estaba adecuando gran parte de su actitud a unas normas según movimientos planetarios ¡Al carajo con aquello! ¿Y el sexo? ¿cuántas veces se había martirizado por masturbaciones, pensamientos impuros, conductas reprimidas, disfrutes prohibidos?
¡Todo por cumplir con cosas que no estaban en ninguna parte! ¿Y…? Si empezaba a pensar cosas que regía por convenciones de significado arcano no podía parar, aquello era increíble. Había mucho trabajo que hacer. Necesitaba un principio rector, algo por donde empezar, deshacer el problema en trozos pequeños, coger uno de los más básicos y sencillos pero a la vez importante y a partir de ahí ir reconstruyendo una nueva actitud vital: un ser con nuevas disposiciones frente a la vida.. Lo primero lo más a la mano dentro de todo lo físico: ¡oh! ¡el cuerpo! Nunca había pensando mucho en él. Lo tenía como un modo precario de locomoción y de atracción para mujeres de su especie, no sobresalía en ninguna de sus funciones pero hasta ahora no le había dejado tirado en nada.
Pero bueno, ahora era distinto, antes tenía espíritu, y vidas posteriores y un dios y buenas fortunas que cuidaban por él si cumplía con aquellas normas que acababa de tirar por la ventana. Ahora debería de cuidar él mismo de sí, de aquello que de momento tenía. Aquí ya empezaron las primeras complicaciones. Por un lado le entraban ganas de dejar de fumar, no beber, dormir bien, limpiarlo y abrillantarlo…, pero claro, cuidar el cuerpo también significaba atender sus solicitudes: divertirse, embriagarse de vez en cuando, atender a deseos que parecían mezclados de elementos espirituales que acababa de rechazar, reír ¿qué era la risa?… Eran cosas físicas que se hacían con el cuerpo pero que atendían a otros elementos que parecían caer fuera del cuerpo físico.
Un “yo” sólo para el cuerpo no se adecuaba muy bien a la experiencia, parecía necesitar cubrir más elementos para que pudiera cumplimentarse como un “yo” aceptable. Pero bueno, no se iba a amilanar por estos primeros inconvenientes, ya los iría solucionando por el camino. Tenía que ser consecuente, había rechazado todo lo espiritual, sólo debía de guiarse por lo físico, sólo aquello que pudiera ver, palpar o experienciar como si lo viera o lo palpara. La vida del Sr. López iba cambiando. Sus horarios se iban haciendo cada vez más imprevisibles. Excepto los horarios del trabajo, el resto era todo un azar al capricho del cuerpo: comía cuando el cuerpo lo pedía, si le apetecía sexo lo buscaba y si no lo conseguía terminaba en un lupanar en medio de una desenfrenada orgía, se acostaba cuando le entraba el sueño y no antes, sí estaba inquieto salía a andar hasta que se cansaba o se ponía a fumar mariguana, si le apetecía embriagarse para quebrar un poco el orden de la conciencia se intoxicaba de alcohol de vez en cuando.
Su sensualidad estaba a flor de piel, volvía a escuchar música a volúmenes envolventes, las mujeres le eran más atractivas que nunca, el trato humano más directo, ya no prejuzgaba a nadie por tabúes o convenciones de clases a las que había pertenecido. Al mismo tiempo trataba de cuidar lo único que tenía, ese cuerpo que estaba sometiendo a una actividad hasta ahora inusitada: fuera el tabaco, comidas más sanas, deporte suave, muy suave… se mimaba como nunca lo había hecho. Una de sus cuidados preferidos eran los baños. El Sr. López adoraba los baños calientes, pasar cerca de una hora en la bañera, rellenándola constantemente de agua caliente para no bajar la temperatura. La bañera era además su campo de experimentos cósmicos.
El Universo era un gran fluido, sólo que al estar pegados a un punto fijo por la gravedad no nos dábamos cuenta de que vivíamos en un fluido. Muchas veces observaba a los barcos a vela o a las tablas de windsurf desde la costa y veía como se movían impulsadas o aspiradas por el gran fluido del aire, eran como peces en el agua sólo que un fluido más sutil. O los pájaros y los aviones, ahí estaban flotando sobre ese fluido invisible. En la bañera podía reproducir movimientos macrocósmicos como rotaciones de galaxias, agujeros negros, propagaciones de ondas… Allí entre vapores y nieblas experimentaba con el Cosmos mismo
Aclaración: se me olvidó comentar que en Filosofía, por espíritu, uno de sus sentidos, el que se está utilizando aquí, es muy parecido al de psique de Psicología, o sea, el pensar, el sentir, las voliciones, deseos, todo esto entendido como una unidad.
No hay que imaginar al espíritu típico con una determinada forma. Más o menos todo aquello que cabría en una descripción de la vida de una conciencia. (fin de la aclaración). Normalmente lo que más le gustaba reproducir al Sr. López en la bañera era agujeros negros. No los podía reproducir exactamente como los imaginaba, sobre todo la fase de expulsión de la materia, pero el resultado, sobre todo en uno de los dos modelos le entusiasmaba sobremanera.
Uno de los modelos, el menos entusiasta consistía en abrir el grifo cuando estaba ya la bañera llena y él sumergido, y desde debajo de la superficie del agua, justo a ras, colocar la mano formando una concavidad que al entrar el chorro de agua producía una depresión que atraía con fuerza e insistencia a toda la espuma que flotaba en el agua.
Era increíble ver como desde los extremos más alejados de la bañera, manchas de espuma aparentemente desconectadas de toda la actividad que estaba sucediendo en el punto del chorro de la bañera, de repente, con una absoluta desgana y lentitud se ponían en movimiento, poco a poco, muy poco a poco, en un principio ni siquiera apuntando directamente a la depresión formada por el chorro, sino incluso alejándose de él recorriendo el contorno de la cuba de la bañera, pero de forma imperceptible la velocidad iba aumentando y lo que antes eran manchas sueltas comenzaban a juntarse con otras en un flujo cada vez más armónico dando lugar a grandes nebulosas de manchas que terminaban por formar una extensión consistente de espuma en flujo dirigida ahora ya sí a una gran velocidad hacia la depresión del chorro de la bañera. Allí, en ese punto, la espuma llegada de todos los confines de la bañera era succionada con una voracidad pantagruélica, en cierta manera era terrorífico.
Lo que no le gustaba era la expulsión de la materia que no se llega a producir en un cono perfecto invertido ya que el chorro no tenía suficiente potencia, por lo que la espuma salía por un lateral, produciéndose así un universo, curiosamente con la forma del símbolo del infinito. Pero el agujero negro que más le gustaba era el del agujero del desagüe al final del baño.
¡Oh! Aquel era perfecto en su cara superior y además había que añadir dos ventajas. Antes de llegar a formar el cono de aspiración, la espuma se iba formando en forma de galaxia sobre el punto de absorción. Sobre ese punto se formaba un eje imaginario sobre el que toda la espuma comenzaba a rotar formando incluso los brazos característicos de las galaxias. Aquella visión le hacía sentirse un dios.
Si hubiera un dios como los que imaginan los humanos, su visión debía de ser como la que él estaba teniendo ante sí en ese momento: ¡ Qué iba a mirar un dios, sino galaxias enteras y agujeros negros! Aquello era místico. Pensaba esa galaxia de espuma formada sobre el desagüe de su bañera como si fuera la Vía Láctea y en ella situaba en uno de sus brazos a la Tierra, allí en una esquinita. Y la veía girar, y girar, el centro apenas movible y los extremos a una velocidad estremecedora. ¿Cómo era posible que no nos diéramos cuenta de esa velocidad? Pensaba que la Tierra apareció allí hace unos cinco mil millones de año y eso significaba según calculaban los astrónomos unas doce vueltas al centro de la galaxia.
Contaba doce vueltas de galaxia en la bañera, más o menos dos o tres segundos por vuelta: una, dos, tres, cuatro, cinco…, doce, ya está , en eso se podía resumir la vida de la Tierra. Y la de él, ¡ja! ahí le entraba la risa, cuando iba a preparar los labios para contar se reía, ¿cómo iba a contar aquello? Representar la duración de su vida por el movimiento del brazo de una galaxia era imposible, ni siquiera en la de una bañera, no daba ni para el acto de desaparición de una de las miles de burbujitas que formaban la galaxia espumosa. Llegaba un momento en que la Galaxia Espumosa era tragada y absorbida por el agujero negro del chorro de la bañera y ahí empezaba la fase sublime del agujero negro. Al haber desaparecido la espuma su cono se veía ya amenazante, abriendo su boca, oscilando sobre su propio eje unos cuantos grados ora aquí, ora allí . Al final, un gran rugido aparecía como si el mundo se estuviera resquebrajando y aquello era lo mejor. Ese rugido era sublime, sobrecogedor, si se le añadieran tambores y trompetas aquello era el mismo apocalipsis de San Juan.
Estaba seguro al igual que los pitagóricos de que el Universo era una gran melodía, con unos ruidos tan aterradores y hermosos al mismo tiempo que su sola percepción paralizarían los corazones, y dentro de aquella sinfonía los agujeros negros debían de ser los bombos, lo que marcaba el ritmo. El Universo no podía depender de una explosión. Un agujero negro debía de tragarse explosiones y lo que hiciera falta ¡menudos eran!. Los veía como corazones del Universo y los movimientos de galaxias y estrellas eran como producto de sus latidos o corrientes.
Lo único que no le gustaba de ese modelo es que no podía ver la expulsión como se producía, la otra cara del agujero negro. Pero aquel día que nos importa en el que sumergió, el Sr. López estaba en otras cosas. Le había dado por simular hundimientos de icebergs. (Todo tiene que ver, ya lo veréis, confiad )
Aquel día simplemente estaba aburrido en la bañera. Había alzado los pies a la altura de su cara y los tenía apoyados en la pared donde terminaba la bañera. Los dejaba caer muy suavemente como si fueran bloques de hielo que se van desprendiendo lentamente de la masa de un acantilado helado. Pero nada que tuviera que ver con el Iceberg o con un acantilado llamó su atención, sino el hecho de que cuando los pies se iban sumergiendo, el agua los acogía en su seno con una amabilidad y plasticidad dignas de alabanza.
Cualquier cosa que uno dejara caer sobre ella, el agua, siempre dispuesta y solícita lo acogía, sus pies, todo su cuerpo que estaba sumergido. Miró como desde la superficie del agua sobresalían sus muslos hasta llegar a la rodilla formando ante sí dos extrañas formaciones montañosas en medio de aquel mar de coco, pero lo que volvía a llamarle la atención era como el agua había perfilado tan suavemente y de forma familiar el contorno de sus muslos. Abrió el grifo extendiendo su mano para situarla debajo de él.
El agua corría y se deslizaba por su mano formando un guante transparente y reverberante para más tarde cubrir su antebrazo antes de confundirse con el resto del agua de la bañera. Nada le era extraño al agua, su única intención en la naturaleza parecía correr y cubrir todo lo que se le pusiera delante. El agua no estaba quieta, sólo si el hombre hacía tal cosa, por sí misma era algo que tendía a fluir y a confundirse con el resto de elementos del universo, él mismo Sr. López era casi agua en su totalidad. Dejado llevar por la excelencia del agua y tentando en llamarla “hermana”, su visión detecto en la lejanía un objeto extraño, estaba lejos, muy lejos, tuvo que forzar realmente la vista para retirarla del flujo del agua y que enfocara debidamente aquel lejano objeto.
El agua era totalmente blanca por efecto de la espuma, como una mouse de coco y todo lo que sobresalía de ella, por efecto de la opacidad de la espuma aparecía como recortado, como si fuera algo flotando o un saliente extraño y no la continuación del algo sumergido. Allí al fondo donde todo acababa había como un islote de textura rocosa, un saliente de naturaleza inflexible, endurecido y yerto. ¿Qué era aquello? No se sabía con nadie ni nada en la bañera. De repente cayó en la cuenta, aquello no era otra cosa que su dedo gordo del pie allí recortado sobre la espuma, olvidado de su conciencia desde hacía unos minutos. Pero no sólo se había olvidado de su dedo gordo, se había olvidado de su cuerpo entero al que ahora prestaba atención.
Sólo veía trozos desperdigados por la superficie del agua: allí un dedo gordo, un poco más acá las rodillas, una mano vista desde arriba que parecía flotar, ¡joder! ¡él no tenía nada que ver con aquello! ¡él no era todos esos trozos montados! Había estado apunto de llamar hermana al agua, él se sentía igual que ella, no que esos trozos yelmos e inertes allí desparramados ante él. Él fluía , era conciencia, y a lo que más se parecía ser conciencia, ahora lo entendía, era ser como el agua, fluir, arrojarse sobre las cosas y rodearlas, abrazarlas, capturarlas con su pensar. Su discursividad consistía en eso, en ser como el agua, cuando uno veía una mesa y decía “mesa”, desde la m hasta la s, en ese breve intervalo todas las notas conceptuales de ese objeto habían sido llevadas ya a la conciencia sólo al igual que el agua, de un modo tan natural, instantáneo y flexible que uno no se daba cuenta de que se realizara esa operación. Ser conciencia era acoger el mundo con amabilidad en su seno, acoplarse a él, a la experiencia, en Ser, en Ser Vida Consciente, su cuerpo era un modo de ser, que formaba parte de ser hombre, de ser en un lugar y en una sociedad, pero su Ser era mucho más amplio.
El tiempo ahora se revelaba en toda su inmensidad, en un eterno presente, en un eterno Ser, sólo había ser. La vida era lo realmente maravilloso, el formar parte de ella y eso, ahora lo entendía, era lo que él era, era Vida, formaba parte de aquel maravilloso espectáculo. Por eso el tiempo se mostraba paradójico. Ser conciencia era ser ahora, y se ser ahora era la única manera que había de existir. El antes y el después, el pasado y futuro eran actualizaciones bajo esas formas. Las ruinas de Roma no eran ruinas de Roma por que eran ruinas de algo que fue, eran ruinas de Roma porque había una conciencia que en la actualización de esos objetos los actualiza bajo la forma de pasado, al igual que las posibilidades del ahora se actualizan como futuro, resultando ser el Futuro aquella más verosímil y en la que se pone mayor empeño.
Él era un ahora, un ahora fluyente, como aquel surtido de agua, el ser hombre, el ser individuo, ser social, ser animal, ser corporal, ser biológico eran formas de su ser, pero su ser preeminente era ser conciencia y eso era lo mejor que le podía pasar a un ser. Cada átomo de su ser era eterno, no podía haber nada en él que no estuviera desde siempre y ahora en el Universo, aunque dejara parte de sí en la respiración y adquiriera nuevos constituyentes al aspirar nuevo aire, ese aire era eterno también, desde siempre y ahora, el Sr. López era tan viejo y tan actual como el mismo Universo, lo único que tenía que hacer desde entonces era simplemente fluir, vivir, respetar a todo ser viviente por el hecho de cumplir con lo fundamental de su ser, ser vida.
Cualquier ser que cuidara de su ser le merecía el mayor de los respetos, incluido desde ahora él mismo.
El cómo vivir bajo la forma de hombre ya daba igual, el cómo no era lo importante, lo importante era levantarse por la mañana y al tomar consciencia de sí decir: hoy, ahora, soy, el resto daba igual.
Diógenes.
(sacado de salon.cannabiscafe.net)
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